Fanzine que, a través de selfies propios, reflexiona acerca de la postfotografía y la toxicidad del abuso de los autoretratos.
Hace tiempo que no recuerdo cómo recordar en primera persona.
La vida se mueve entre espejos que, testigos de una interminable sucesión de rostros y manos, nos devuelven su propia mirada.
Aquí no se ilustran mis recuerdos, sino retratos que tantos espejos han dibujado.
Me pregunto si se acordarán de cada cuerpo que han reflejado.
Y es que en esta era esencialmente fotográfica, el espejo se ha convertido en un espectador especial, la tercera parte de nuestra tóxica relación con la cámara.
Por ende, es otra expansión de nuestro ser.
Pieza fundamental en el ritual que surpone vernos y conocernos, nos hemos convertido en meros visitantes de nuestro propio reflejo.
Entonces, la realidad queda distorsionada, pues ya no sabemos qué es verídico y qué es filtro.